Cuatrodedos by Borja Alonso

Cuatrodedos by Borja Alonso

autor:Borja Alonso
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fantasía
editor: Insólita Editorial
publicado: 2023-07-16T00:00:00+00:00


* Hubo una época en la que a los interioristas de mazmorras les entró una obsesión con los pasajes secretos, los corredores ocultos y los mecanismos de activación, estatuas corredizas mediante. Esta moda acabó tras una avalancha de denuncias, por parte de los vecinos, a causa de ruidos que sobrepasaban los límites establecidos y por el incumplimiento de los horarios mazmorriles.

** «Sin título, Vol. 2»

Capítulo 28

—¡Algo me ha tocado el hombro, careid!

—¡Al carajo la sutileza! ¡Primero morirá esa bestia horrenda!

—¡Ahh, mi pie! ¡Ahora ese terrible basilisco me ha pisado el pie! ¡Salgamos de aquí!

—He vuelto a ser yo, Clepto. Chicos, pero ¡os queréis estar quietos!

Por segunda vez, el portón verde se abrió con un chirrido. Los cuatro dieron por hecho que estaba a punto de entrar en escena algún esbirro armado para asistir a De Gass, ya que no se imaginaban al gnomo sacando el lienzo a cuestas. Entonces, una figura cruzó la sala donde se almacenaban las obras vendidas y rodeó los biombos. Iba en batín, con las zapatillas de estar por casa y sin un ápice de glamour.

—¿Franchesca? —murmuró Camiz, incrédulo.

—No sabemos si es obra suya —decía la marchante—. Avisemos a la guardia de inmediato.

En cuanto la voz de la mujer llenó la sala, los cuatro escucharon un siseo agudo a su espalda, seguido de un correteo sobre la arena que cubría el suelo. Clepto soltó un chillido y dio un traspiés, golpeando a Aural, que también trastabilló. Del susto, la gnoma soltó un estallido de llamas hacia el techo y el fogonazo por poco no abrasa el mostacho a Camiz. Mientras el espadachín maldecía y manoteaba delante de su cara, Eldbai se había bajado la bandana de la frente y tanteaba a su alrededor, a ciegas.

—¡Al carajo! —Camiz se levantó el sombrero y abrió los ojos.

La bestia era del tamaño de un gato. Más pequeño, incluso. Su lomo alargado rebosaba de escamas de color verde claro, brillantes como una cota de malla nueva. Tenía tres patas a cada lado del torso. El pequeño basilisco se había colado entre sus piernas y, en esos momentos, apoyaba las dos patitas del medio contra el cristal de la puerta. Al tiempo que emitía un gemido lastimero, con las de delante repetía un gesto ansioso, como si quisiera escarbar el cristal del portón con sus zarpitas en un intento inútil por atravesarlo. La criatura no le quitaba ojo a Franchesca.

Sobra decir que los cuatro estaban montando un follón de cuidado, así que no fue de extrañar que Franchesca se girara hacia ellos con el asombro y pavor del que llega a su dormitorio de noche e intuye que hay algo oculto bajo la cama. Al hacerlo, el basilisco bebé emitió un chillido agudo y lastimero. Entonces, Camiz se quitó el sombrero y se abalanzó sobre la criatura, cubriéndolo.

—¡Lo he atrapado! Demonios, pensaba que estas cosas eran más grandes.

—¡Camiz, ni se te ocurra soltarlo! ¡Su mirada es mortal! —exclamó Aural.

—Entonces, ¿puedo abrir los ojos ya? —preguntó Clepto.



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